miércoles, 27 de octubre de 2010

Mi vecino John.

John Lennon vive en el Raval y tiene una barriga enorme.
Antes, su porte recordaba a Jesucristo. Sumémosle a eso la guitarra, la pancarta y un montón de ceros en la cuenta y tendremos a un líder ideológico perfecto para la época.
Todo parece estar bien predicando aros de humo en los que metes el dedo gordo del pie con una melodía de fondo que se te pega dulcemente.
Ahora camina en silencio, sin farfullar ninguna palabra de esas grandes que te hacen parecer una persona más querible pero que en realidad no significan nada. No le gusta su vida y nunca le ha gustado, por eso se dedicaba a gritar hasta el aburrimiento lo bonita que podía llegar a ser. Ahora ya superó esa etapa, sin duda porque cuando lo mataron se sintió como un gilipollas (desde luego, vaya manera de hacerte entender que alguien no quiere compartir el mundo contigo, una paradoja casi poética si lo pensais)
Siempre le veo con una cerveza en la mano y una mochila a la espalda repleta de mapas de metro. También guarda ahí sus gafitas cuando sus orejas están cansadas.
Camina despacio, no cruza su mirada con la de nadie pero tampoco mira al vacío. Simplemente mantiene los ojos abiertos detrás de esos cristales redondos.
Me gusta verle por las mañanas, porque él cree que no está. Antes, cuando todos le conocían, se veía bien definido frente a los espejos, pero ahora es un maldito tarado que los atraviesa. Y es que John vive centrado en sí mismo porque uno no puede abandonarse nunca, por mucho que digan esos barbudos de bata blanca.
No parece muy contento, pero a mi me dan igual sus dientes.
Creo que está viejo, lo sabe y le pesa, y por eso siempre carga con todos esos papeles con líneas rectas de colores.